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III. ALFRED EL ENCANTO DEL IMPOSIBLE

III. ALFRED EL ENCANTO DEL IMPOSIBLE

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 Teodora sabe que algo palpita, y se alegra.

Adora la novedad, los días se le hacen aburridos porque no se quiere morir. La primicia consiste en que Mara ha decidido afirmarse definitivamente en un estado de existencia desconocido, pero necesario para que la historia continúe teniendo sentido.

―Mara analiza, relaciona, y concluye, y después actúa en consecuencia con la conclusión― se dice Louise recién transformada sin saberlo.

Mara es demoledora, acaba rápido con cualquier ficción. Raras veces tolera la incongruencia. Pero esto no quiere decir que viva en la realidad. Quiere decir que no es una mujer que esté para cualquier ficción. Ni para vulgaridades. Adopta decisiones que muchos encontrarían disparatadas, pero que le parecen lógicas. Dejarse de inteligencias añadidas mediante implantes biotecnológicos, por ejemplo. Ahora tiene un pie en lo Material y el otro en lo Inmaterial. Se encuentra obligada a llevar una doble vida. Circunstancia, sin embargo, sonríe Teodora, que no afectará para nada su sentido de la honestidad. Su falta de escrúpulos compensa de sobra cualquier sentido de honestidad que pudiera tener.

Doble vida que Mara justifica como una imposición del Destino que adopta interesadamente para ampliar sus ansias de poder. Desde ahora tendrá poder incluso sobre sus superiores. 

Mara tiene unas amigas que nunca cambiarían el sexo por el chocolate, mujeres que se ríen de la capacidad defraudadora de los hombres. Desde hace unos días se deleita emocionada en la refinada ironía que supone someterse a un poder insignificante comparado con el propio. Acatarlo como una colegiala y tener que soportar con estoicismo todas sus impertinencias.

Sí, señor.

Lo que usted diga, señor.

No obstante, solo en el nivel superficial. El otro día, cuando la Teniente Factor le echó en cara que estaba perdiendo los papeles en el asunto del John Hancock, de buena gana le hubiera pellizcado las nalgas, y le hubiera dicho: Y tú a callar, guarrita del Colorado, aquí mando yo.

En el análisis final era verdad.

―La Teniente Factor tiene un culo desconsolado que no entusiasma ni a los hombres― se dice Mara cada vez que le echa un vistazo de protocolo.

Después de tanto apretar culatas de pistola, Mara se mira el culo de las mujeres con la misma insolencia que si fuera un hombre. No le molesta.

―El Poder tiene vida propia y al final te engulle. No reconoce ni éticas ni razones. Acaba por hacerte una con él. Te integra de un modo natural― dice Mara.

―El Poder comporta un placer reconsagrado, Mara. El placer más refinado de todos. Concentra todos los otros placeres sobre sí mismo. La erótica del Poder, dicen algunos románticos― concluye Teodora.

A Mara le explota el pecho solo de pensarlo.

Prolonga aquella sensación dando vueltas sobre la cama, consciente de lo impúdica que resulta la fiesta para una Teodora que observa encantada. Un poder que Mara todavía percibe abstracto, pero que se va concretando cada vez que detiene el Tiempo, penetra en el mundo etérico, y ejerce a voluntad tanto poder como quiera.

―Estamos convencidos de que lo decidimos todo, y somos un cero a la izquierda en el flujo del devenir― se dice Mara ajena al momento.

Al verla encendida por la desmesura del poder, delirando de gusto delante de una Teodora que ya comienza a suspirar, muchos pensarían que Mara detiene el Tiempo y penetra en el mundo astral motivada por el indescriptible placer de ejercitar un poder sin restricciones.

Pero nada es importante.

―Ni es importante quien decide, ni quien ejecuta la acción. Todo parece importante, pero nada lo es― se dice Teodora humedecida por el espectáculo.

Permeada por aquel éxtasis, Mara no puede evitar recordarlo de nuevo.

Vuela hacia un acontecer establecido del que ni siquiera conoce la causa. Tiene que suceder porque todo se encuentra dispuesto sin que importe la razón.

Vuela, y no vuela sola.

Más que de tules negros habría que hablar ahora de cueros trabajados y bruñidas cinceladuras que evidencian haber vencido en innumerables contiendas. Las victorias quedan impregnadas en la espada como parte de su brillo. Una capa generosa ondea al paso impulsada por no se sabe qué clase de vientos. El ondear de las capas endulza tanta determinación. Es lo único que parece fluctuar con cierta arbitrariedad en aquel volar obcecado dirigido hacia un solo propósito. Hechos sobre los que Mara poco tendrá que decidir. Es un acontecer determinado de antemano en el que resulta obligado participar.

Velo invisible de una inmensidad que se dilata, presionada con la puntiaguda obstinación de quien quiere penetrar la cortina transparente que le cierra el paso. Le aguarda un suceso que todavía no ha ocurrido....

 

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